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Ya sea que uno se remonte a las ciudades más grandes o a las más simples, poco se puede aprender sobre cívica (civics) preguntándole a sus habitantes. A menudo, apenas saben quiénes son sus propios concejales y, si lo hacen, normalmente se burlan de ellos, aunque éstos generalmente son mejores ciudadanos que aquellos que los eligen. Han olvidado la mayor parte de la historia de su propia ciudad; y las mismas escuelas se convirtieron en el último lugar donde se puede aprender algo al respecto. Incluso desearían olvidar todo lo relacionado a la cívica: a menudo les parece pequeño e insignificante interesarse por los asuntos públicos. Las burlas del político superficial han hecho un trabajo terrible, de Shetland a Cornwall; quienes sin duda pudieron haber sido los mejores ciudadanos se han sentido, durante mucho tiempo, por encima de temas locales como gas y cloacas. Incluso los pocos hombres y mujeres pensantes de cada clase social –con excepciones cada vez mayores, por supuesto– aún no son ciudadanos ni en pensamiento ni en acción. Incluso cuando evitan ser absorbidos por la política partidaria, suelen esperar convertirse en administradores, y el oficialismo estatal es mucho más atractivo que trabajar por la ciudad. La burocracia (civil service) nos es familiar a todos, pero el servicio cívico –una frase poco escuchada– es una rara ambición. ¿Incursionan como economistas políticos? Uno puede encontrar este tipo de mentalidades en todos los grupos y partidos políticos, y no deben calificarse según sus diferentes opiniones partidarias sino por su completo desdén por la vida cívica. Uno estará a favor de la reforma impositiva, su colega ensayará una defensa no menos convincente del libre comercio; uno defenderá la autonomía política (Home Rule), otro el gobierno central; uno estará a favor de la paz, el otro será un ardiente defensor de la guerra, y así sucesivamente. Y sin embargo, para nosotros, que estudiamos las ciudades, todos estos políticos que se autodeclaran “prácticos” nos parecen igual de inútiles, irreales, dado que poco observan –es decir, ignoran– el mundo geográfico concreto que los rodea y permanecen poco interesados en él.


Patrick Geddes, Cities in Evolution, London, Williams & Norgate, 1915, pp. 18-19
Traducción de Federico Poore