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[U]n Estado cuya salvación depende de la buena fe de alguien (...) no será en absoluto estable. Por el contrario, para que pueda mantenerse, sus asuntos públicos deben estar organizados de tal modo que quienes los administran, tanto si se guían por la razón como por la pasión, no puedan sentirse inducidos a ser desleales o a actuar de mala fe. Pues para la seguridad del Estado no importa qué impulsa a los hombres a administrar bien las cosas, con tal que sean bien administradas.

Baruch Spinoza (1677), Tratado político, Madrid, Alianza Editorial, 1986, p. 82