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Pero después de los aplausos y las aclamaciones, ¿qué? Las máscaras que proponía el teatro isabelino eran exóticas, fantásticas, alegres. El público de la época de Shakespeare no salía corriendo del Globe Theater a hacer una carnicería con un judío o a colgar a un fliorentino. La moralidad de El mercader de Venecia no es incendiaria, sino meramente simplificadora. Pero las máscaras que Blues para Míster Charlie ofrece a nuestro desdén son nuestra realidad. Y la retórica de Baldwin es incendiaria, aunque se la deje caer en una situación cuidadosamente aislada del fuego. El resultado no es una idea de acción, sino un placer vicario por la cólera desahogada en el escenario, acompañado, a no dudar, de una resaca de angustia.

Susan Sontag, (1964) "Yendo al teatro, etcétera" en Contra la interpretación y otros ensayos, Buenos Aires, Debolsillo, 2008, pp. 199-200