Karl Marx (1859), Crítica de la economía política, Claridad, Buenos Aires, 2008, p. 115
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capitalismo,
Karl Marx
Desde sus orígenes, el carácter cosmopolita de las relaciones humanas no hace sino poner a la vista los productos que los hombres contratan como poseedores de mercancías. Superiores en sí y por sí, los objetos de tráfico exceden todo límite religioso, político, nacional y filológico. Su lenguaje es el precio, y su esencia común el dinero. Pero a medida que se desarrolla la moneda universal oponiéndose a la moneda nacional, se ensancha, de otra parte, el cosmopolitismo del poseedor de mercancías; es un dogna de la razón práctica que se opone a las preocupaciones innatas, religiosas, nacionales y demás, las cuales impiden que el cambio de materias sea producido en el seno de la Humanidad. El mismo oro si se halla en Inglaterra en forma de "eagles" americanos, se convierte en soberano y, tres días después, circula en París como napoleón, y pasadas algunas semanas en Venecia en forma de ducados; pero conserva el mismo valor; y el poseedor de mercancías no tarda en pensar que la nacionalidad "is but a guinea's stampe". La idea superior a la cual se reduce a los ojos todo el Universo es la de un mercado, del mercado mundial.