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¿Tal vez Sarlo crea que para leer que la ficción interroga a la historia haya que ir a los contenidos explícitos, que la trama o las reflexiones deben representar la historia denotativamente? En Saer o en Piglia, nos dice, esto sí ocurre, sus obras hablan de la dictadura; también en Las Islas, de Gamerro, o en Los Pichy-cyegos, de Fogwill (así es la grafía del título de la primera edición), donde se habla de Malvinas. Con ese criterio obvio ella encuentra en esas obras ejemplos de reflexión sobre las relaciones entre la novela y la historia; pero la teoría literaria sabe que el arte no se hace las preguntas necesariamente desde lo referencial o lo explícito. Adorno explicó mil veces que la política y la historia atraviesan las formas artísticas, a veces con mucha más intensidad, precisamente, porque lo referencial no aparece. Por eso supo descubrir que el tejido de la poesía de Verlaine, la más abstracta y alejada de referencias al mundo, estaba hecho del trauma de la brutal explotación capitalista. Esa poesía rabiosamente consagrada a l'art pour l'art era política.

Elsa Drucaroff, Los prisioneros de la torre. Política, relato y jóvenes en la postdictadura, Buenos Aires, Emecé, 2011, p. 219