# 343

Lo que yo quiero es que el escritor sea un hombre de genio, cualesquiera que puedan ser sus costumbres y su carácter, porque no es con él con quien deseo vivir, sino con sus obras, y lo único que necesito es que haya verdad en lo que me procura; lo demás es para la sociedad, y hace mucho tiempo que se sabe que el hombre de sociedad raramente es un buen escritor. Diderot, Rousseau y d’Alembert parecen poco menos que imbéciles en sociedad, y sus escritos serán siempre sublimes, a pesar de la torpeza de los señores de los Débats...

Marqués de Sade, "La estima que se debe a los escritores" en Correspondencia, Barcelona, Anagrama, 1975, pp. 243-266

# 342

Jueves, 7 de julio. Come en casa Borges. Dice: «Conrad es un escritor más responsable que Stevenson. Stevenson parece siempre a merced de cualquier capricho de la fantasía. Seguramente, cuando escribía en colaboración, Lloyd Osbourne le moderaba esos impulsos; por eso, los mejores relatos de Stevenson son los escritos con él: The Wreckery The Ebb Tide. De todos los libros de Stevenson, el que he leído más veces, el que puede leerse abriéndolo en cualquier parte, es The Wrecker. Los que escribió solo, los cortó más —suprimió, sin duda, todo lo que le parecía innecesario— y le salieron como una sucesión de escenas vistas de lejos». Habla muy elogiosamente de Lloyd Osbourne. Afirma que esos relatos nunca serán muy famosos: a la gente no le gustan los relatos de dos autores que escriben juntos, porque no sabe a cuál debe admirar por los aciertos.

Adolfo Bioy Casares (1955). Borges, Barcelona, Destino, 2006, pp. 136-137

# 341

Existen pocos casos en los que la sociología se parezca tanto a un psicoanálisis social como aquél en que se enfrenta a un objeto como el gusto, una de las apuestas más vitales de las luchas que tienen lugar en el campo de la clase dominante y en el campo de la producción cultural. No sólo porque el juicio del gusto sea la suprema manifestación del discernimiento que, reconciliando el entendimiento y la sensibilidad, el pedante que comprende sin sentir y el mundano que disfruta sin comprender, define al hombre consumado. No sólo porque todos los convencionalismos designen de antemano el proyecto de definir este indefinible como una manifestación evidente del filisteísmo: tanto el convencionalismo universitario que, desde Riegl y Wölfflin a Elie Faure y Henri Focillon, y desde los más académicos comentaristas de los clásicos a los semiólogos vanguardistas, impone una lectura formalista de la obra de arte, como el convencionalismo mundano que, al hacer del gusto uno de los índices más seguros de la verdadera nobleza, no puede concebir que se le relacione con cualquier otra cosa que no sea el gusto mismo.

Pierre Bourdieu (1979), La distinción. Criterios y bases sociales del gusto, Madrid, Taurus, 1988, p. 9

# 340

El idioma de Shakespeare, de Montaigne, de Lutero, encarna una fuerza local extrema, una afirmación de identidad específica e "intraducible". Para que el escritor se convierta en bilingüe o multilingüe en términos modernos, hacían falta auténticos cambios de sensibilidad y de estatus personal.

George Steiner (1969), "Extraterritorial" en Extraterritorial. Papers on Literature and The Language Revolution, New York, Atheneum, 1976
Traducción de Federico Poore

# 339

No filmo nunca un trozo de vida porque esto la gente puede encontrarlo muy bien en su casa o en la calle o incluso delante de la puerta del cine. No tiene necesidad de pagar para ver un trozo de vida. Por otra parte, rechazo también los productos de pura fantasía, porque es importante que el público pueda reconocerse en los personajes. Rodar películas, para mí, quiere decir en primer lugar y ante todo contar una historia. Esta historia puede ser inverosímil, pero no debe ser jamásbanal. Es preferible que sea dramática y humana. El drama es una vida de la que se han eliminado los momentos aburridos. Luego, entra en juego la técnica y aquí soy enemigo del virtuosismo. Hay que sumar la técnica a la acción. No se trata de colocar la cámara en un ángulo que provoque el entusiasmo del operador. La única cuestión que me planteo es la de saber si el emplazamiento de la cámara en tal o cual sitio dará su fuerza máxima a la escena. La belleza de las imágenes, la belleza de los movimientos, el ritmo, los efectos, todo debe someterse y sacrificarse a la acción.

Alfred Hitchcock (1966) entrevistado por François Truffaut en El cine según Hitchcock, Madrid, Alianza Editorial, 1974, p. 86

# 338

Ya sea que uno se remonte a las ciudades más grandes o a las más simples, poco se puede aprender sobre cívica (civics) preguntándole a sus habitantes. A menudo, apenas saben quiénes son sus propios concejales y, si lo hacen, normalmente se burlan de ellos, aunque éstos generalmente son mejores ciudadanos que aquellos que los eligen. Han olvidado la mayor parte de la historia de su propia ciudad; y las mismas escuelas se convirtieron en el último lugar donde se puede aprender algo al respecto. Incluso desearían olvidar todo lo relacionado a la cívica: a menudo les parece pequeño e insignificante interesarse por los asuntos públicos. Las burlas del político superficial han hecho un trabajo terrible, de Shetland a Cornwall; quienes sin duda pudieron haber sido los mejores ciudadanos se han sentido, durante mucho tiempo, por encima de temas locales como gas y cloacas. Incluso los pocos hombres y mujeres pensantes de cada clase social –con excepciones cada vez mayores, por supuesto– aún no son ciudadanos ni en pensamiento ni en acción. Incluso cuando evitan ser absorbidos por la política partidaria, suelen esperar convertirse en administradores, y el oficialismo estatal es mucho más atractivo que trabajar por la ciudad. La burocracia (civil service) nos es familiar a todos, pero el servicio cívico –una frase poco escuchada– es una rara ambición. ¿Incursionan como economistas políticos? Uno puede encontrar este tipo de mentalidades en todos los grupos y partidos políticos, y no deben calificarse según sus diferentes opiniones partidarias sino por su completo desdén por la vida cívica. Uno estará a favor de la reforma impositiva, su colega ensayará una defensa no menos convincente del libre comercio; uno defenderá la autonomía política (Home Rule), otro el gobierno central; uno estará a favor de la paz, el otro será un ardiente defensor de la guerra, y así sucesivamente. Y sin embargo, para nosotros, que estudiamos las ciudades, todos estos políticos que se autodeclaran “prácticos” nos parecen igual de inútiles, irreales, dado que poco observan –es decir, ignoran– el mundo geográfico concreto que los rodea y permanecen poco interesados en él.


Patrick Geddes, Cities in Evolution, London, Williams & Norgate, 1915, pp. 18-19
Traducción de Federico Poore

# 337

Cuál sea la mejor constitución de un Estado cualquiera, se deduce fácilmente del fin del estado político, que no es otro que la paz y la seguridad de la vida. Aquel Estado es, por tanto, el mejor, en el que los hombres viven en concordia y en el que los derechos comunes se mantienen ilesos. Ya que no cabe duda que las sediciones, las guerras y el desprecio o infracción de las leyes no deben ser imputados tanto a la malicia de los súbditos cuanto a la mala constitución del Estado. Los hombres, en efecto, no nacen civilizados, sino que se hacen. Además, los afectos naturales de los hombres son los mismos por doquier. De ahí que, si en una sociedad impera más la malicia y se cometen más pecados que en otra, no cabe duda que ello proviene de que dicha sociedad no ha velado debidamente por la concordia ni ha instituido con prudencia suficiente sus derechos.

Baruch Spinoza, [1677] "Del fin último de la sociedad" en Tratado político, Madrid, Alianza Editorial, 1986, p. 119
Traducción de Atiliano Domínguez

# 336

Santa Claus es pues, en principio, la expresión de un estatus diferencial entre los niños, por un lado, y los adolescentes y adultos por el otro. Desde este punto de vista, se asocia con un amplio conjunto de creencias y de prácticas que los etnólogos han estudiado en la mayor parte de las sociedades, a saber: los ritos de paso y de iniciación. Hay pocas agrupaciones humanas donde, en efecto, bajo una u otra forma, los niños (a veces también las mujeres) no sean excluidos de la sociedad de los hombres por la ignorancia de ciertos misterios o la creencia —cuidadosamente abonada— en alguna ilusión que los adultos se reservan develar en el momento oportuno, consagrando así la agregación de las jóvenes generaciones a la suya.

Claude Lévi-Strauss (1952), "Santa Claus en la hoguera" en Boletín Oficial del INAH, Antropología, núm. 65, enero-marzo de 2002

# 335

Somos militares, en Francia, y somos ciudadanos. Otro motivo de orgullo: ¡ser ciudadano! Esto consiste, para los pobres, en sostener y conservar a los ricos en su poderío y ociosidad. Han de trabajar ante la majestuosa igualdad de las leyes que prohíben, tanto al rico como al pobre, dormir bajo los puentes, mendigar en las calles y robar pan.

Anatole France, Le Lys rouge, 14º edición, Calmann-Lévy, 1894, p. 111-123
Traducción de Federico Poore


Nous sommes militaires, en France, et nous sommes citoyens. Autre motif d’orgueil, que d’être citoyen! Cela consiste pour les pauvres à soutenir et à conserver les riches dans leur puissance et leur oisiveté. Ils y doivent travailler devant la majestueuse égalité des lois, qui interdit au riche comme au pauvre de coucher sous les ponts, de mendier dans les rues et de voler du pain.

# 334

[D]urante la investigación no me he dejado guiar por la idea de que nuestra forma civilizada de comportarnos sea la más adelantada de todas las posibles formas humanas de conducta, ni tampoco por la opinión de que la «civilización» sea la forma vital más deleznable y esté condenada al hundimiento. Todo lo que podemos observar hoy es que, con el paulatino proceso de la civilización aparece una serie de carencias civilizatorias específicas; pero no podemos asegurar con certidumbre que comprendamos por qué nos atormentamos en realidad. Tenemos la impresión de que, a causa de la civilización, estamos atrapados en una red tupida que los seres humanos menos civilizados no conocen; pero también sabemos que esos seres humanos menos «civilizados», a su vez, suelen verse acosados por miserias y angustias que a nosotros ya no nos atormentan o, en todo caso, no nos atormentan de igual modo que a ellos.

Norbert Elias (1936), "Prólogo" en El proceso de la civilización: investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1987, p. 52

# 333

[U]n Estado cuya salvación depende de la buena fe de alguien (...) no será en absoluto estable. Por el contrario, para que pueda mantenerse, sus asuntos públicos deben estar organizados de tal modo que quienes los administran, tanto si se guían por la razón como por la pasión, no puedan sentirse inducidos a ser desleales o a actuar de mala fe. Pues para la seguridad del Estado no importa qué impulsa a los hombres a administrar bien las cosas, con tal que sean bien administradas.

Baruch Spinoza (1677), Tratado político, Madrid, Alianza Editorial, 1986, p. 82

# 332

Los dos términos, foto-recuerdo, están entrelazados, son intercambiables. Escuchemos a estas comadres: "¡Qué hermosos recuerdos os trae esto, qué hermosos recuerdos os traerá!". La fotografía sirve de recuerdo, y este servicio puede desempeñar un papel determinante, como el turismo moderno, que se prepara y realiza como expedición destinada a traer un botín de recuerdos, fotografías y tarjetas postales. Cabe preguntarse cuál es el objetivo profundo de estos viajes de vacaciones en los que se parte a admirar monumentos y paisajes que no se visitan en el propio país. El parisiene que ignora el Louvre, que no ha franqueado el pórtico de una iglesia y que no se desviará de su camino para contemplar París desde lo alto del Sacré-Coeur, no dejará de visitar una capilla de Florencia, recorrerá los museos, se agotará subiendo a los campaniles o a los jardines colgantes de Ravello. Se quiere verlo todo bien, y no tomar solamente fotos. Pero lo que se busca, lo que se ve es un universo que, al amparo del tiempo o al menos soportando victoriosamente su erosión, es ya de por sí recuerdo. Montañas eternas, islas de felicidad donde se refugian los multimillonarios, vedettes, "grandes escritores" y, sobre todo,  lugares y monumentos "históricos" reino de estatuas y columnas, campos eliseos de civilizaciones muertas... Es decir, reino de la muerte, donde la muerte está transfigurada en las ruinas, donde una especie de eternidad vibra en el aire, la del recuerdo transmitido de siglo en siglo. Por eso las guías y baedekers desprecian la industria y el trabajo de un país y presentan solamente su momia embalsamada en el seno de una inmóvil naturaleza. Lo que se llama el extranjero aparece finalmente con una extrañeza extrema, como algo fantasmal, acrecentado por la rareza de las costumbres y el idioma desconocido (que siempre es abundante cosecha de "recuerdos"). Y al igual que para los araicos lo extraño es un espíritu en potencia, y el mundo extraño de una frontera avanzada de la morada de los espíritus, el turista va como en un mundo poblado de espíritus. La cámara fotográfica enfundada en cuero es como su talismán que lleva en bandolera. Y para ciertos frenéticos, el turismo es una cabalgata entrecortada con múltiples paradas. No se mira al monumento, se le fotografía. Se retrata uno mismo al pie de los gigantes de piedra. La fotografía se convierte en el propio acto turístico, como si la emoción buscada sólo tuviera valor para el recuerdo futuro: la imagen en la película, rica de una potencia de recuerdo elevado al cuadrado.

Edgar Morin, El cine o el hombre imaginario, Seix Barral, Barcelona, 1972, p. 26-27

# 331

El debate sobre el encolumnamiento de los periodistas tras la línea política o ideológica de los medios en los que trabajan es largo y comenzó a darse, sobre todo, a partir de que el kirchnerismo le dio aire a la Ley de Medios. Existen periodistas asalariados que coinciden -o son formados, incluso- con la ideología de sus patrones. Pero existen otros muchos, probablemente la mayoría, que no comparten el proyecto político o ideológico de los dueños de los medios donde trabajan. Como en todos los rubros, unos ponen el capital, otros trabajan en un ámbito en el que la discusión sobre los contenidos es muy desigual.

Diego Genoud, Sergio Massa. La biografía no autorizada, Buenos Aires, Sudamericana, 2015, p. 112

# 330

Una mirada distante y superficial afirmaría, en función de las relaciones capitalistas del sistema de medios, que predomina el tipo de trabajo asalariado en los emprendimientos del sector. Es decir, relaciones laborales de dependencia con dueños/empresarios de medios y percepción del salario por parte de quienes trabajan en ellos. En esta imaginaria e ideal situación, los dueños/empresarios comercializan espacios y venden productos para obtener ingresos con los que renumeran a los profesionales que se desempeñan en sus organizaciones. Sin embargo, la organización productiva en los medios argentinos muestra, desde hace mucho tiempo, otra realidad.

Si se enfoca la mirada en el conjunto del sistema y en todo el territorio nacional, se concluirá que existen diversos tipos de organización del trabajo en los medios de comunicación argentinos y que no predomina el contrato de trabajo formal. Incluso en grandes organizaciones de comunicación hay formas de trabajo no asalariado y extensas zonas donde la precarización es la regla. La ausencia de un vínculo contractual estable (...) abre una reflexión fundamental sobre el tipo de contraprestación no salarial -o no eminentemente salarial- que organiza una buena parte del proceso de trabajo en los medios de comunicación de Argentina en pleno siglo XXI.

Esta regulación estructura la forma en que se producen informaciones y entretenimientos en Argentina (...). Así es como son "normados" los contenidos que circulan y se consumen masivamente. No se puede prescindir de su análisis a la hora de evaluar el funcionamiento de los medios en el contexto social. No es posible aludir a las intenciones editoriales, a los impactos políticos y sociales, a los intereses económicos y a la semiótica del discurso mediático sin comprender la importancia de la organización productiva de los emprendimientos infocomunicacionales sobre las que se edifica el complejo de mediaciones sociales.

En la intersección entre rutinas productivas que combinan formas capitalistas clásicas, clientelismo, vasallaje y mecenazgo, y el mundo productor de los acontecimientos que son registrados como noticias, emerge la progresiva tercerización de la producción de los contenidos que son difundidos por los medios de comunicación. El vértigo productivo al que son sometidas las redacciones, injertadas con mayor instrumental técnico pero despojadas del tiempo necesario para la verificación, la documentación y la investigación, colabora con ello.

El vínculo cada vez más íntimo entre, por un lado, oficinas de relaciones públicas, de comunicación institucional y vocerías poliformas (Amado, 2007) y las redacciones, por otro, desemboca en el abuso del copy-paste de gacetillas y en el reemplazo de la información, que demanda una laboriosa inversión de tiempo y esfuerzo, por un estilo opinativo ligero.

Martín Becerra, De la concentración a la convergencia. Políticas de medios en Argentina y América Latina, Buenos Aires, Paidós, 2015, pp. 189-190