Eric Hobsbawm (1962), La era de la revolución, Buenos Aires, Crítica, 2009, p. 203
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burguesía,
capitalismo,
Eric Hobsbawm,
lucha de clases,
trabajo
El absoluto desprecio de los "civilizados" por los "bárbaros" (entre los que se incluía a la masa de trabajadores pobres del país) descansaba sobre este sentimiento de superioridad demostrada. El mundo de la clase media estaba abierto para todos. Los que no lograban cruzar sus umbrales demostraban una falta de inteligencia personal, de fuerza moral o de energía que automáticamente los condenaba; o en el mejor de los casos, una herencia histórica o radical que debería invalidarles eternamente, como si ya hubieran hecho uso para siempre de sus oportunidades. El período que culminó a mediados del siglo XIX fue, por tanto, una época de dureza sin igual, no sólo porque la pobreza que rodeaba a la respetabilidad de la clase media era tan espantosa que los nacionales ricos preferían no verla, dejando que sus horrores causaran impacto sólo en los visitantes extranjeros (como hoy los horrores de los suburbios indios), sino también porque los pobres, como los bárbaros del exterior, eran tratados como si no fueran seres humanos. Si su destino era ser obreros industriales, no pasaban de ser una masa que arrojar en el molde de la disciplina por la pura coacción, que aumentaba con la ayuda del Estado la ya draconiana disciplina de la fábrica. (Es característico que la opinión de la clase media contemporánea no viese la incompatibilidad entre el principio de la igualdad ante la ley y los deliberadamente discriminatorios códigos laborales, que, como en el inglés de amo y criado de 1823, castigaba con prisión a los obreros que infringieran el contrato y a los patronos con modestas multas, si acaso). Debían estar constantemente al borde de la indigencia, pues de otra manera no trabajarían, y ser inaccesibles a los motivos "humanos". "Es muy conveniente para el propio trabajador —decían a a Villermé algunos patronos hacia 1840— estar acosado constantemente por la necesidad, pues así no dará mal ejemplo a sus hijos, y su pobreza será una garantía de buena conducta". Sin embargo, había demasiados pobres, aunque se esperaba que los efectos de la ley de Malthus eliminarían a bastantes de ellos permitiendo establecer un máximum viable; a menos que per absurdum los pobres llegaran a imponer un límite racional a la población refrenando sus excesivas complacencias en la procreación.