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Los beneficios que gozaban los oficinistas (a pesar de que la propaganda oficial se burlara de ellos) y las cifras exageradas de miembros de la intelligentsia son una muestra más de lo que ya era obvio: el bajo punto de partida del país. Y el penoso nivel de educación generalizado no era un factor que igualara socialmente, sobre todo en los organismos burocráticos, donde se disparaban las diferencias sociales, algo de lo que la gente era perfectamente consciente. Porque, cuando las condiciones de vida son bajas, las pequeñas ventajas en términos cuantitativos de las que algunos gozan provocan una sensación de gran injusticia entre los más desfavorecidos y un sentimiento de solidaridad entre los beneficiarios, así como la hostilidad de los que no disfrutan de ellas. Y no es algo que sucede porque sí: en condiciones de penurias, una hogaza de pan de más puede transformarse en una cuestión de vida o muerte.


Moshe Lewin (2005), El siglo soviético, Barcelona, Crítica, 2006, pp. 79-80