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La historia del gusto, individual o colectivo, basta para desmentir la ilusión de que objetos tan complejos como las obras de arte, producidas según leyes de construcción elaboradas a lo largo de una historia relativamente autónoma, sean capaces de suscitar, únicamente por sus propiedades formales, preferencias naturales. Sólo una autoridad pedagógica puede quebrar continuamente el círculo de la "necesidad cultural", condición de la educación que supone la educación. La acción propiamente pedagógica tiene así la capacidad de generar la necesidad de su propio producto y la manera adecuada de satisfacerla. Designando y consagrando ciertos objetos como dignos de ser admirados y apreciados, ciertas instancias -como la familia o la escuela, que están investidas del poder delegado de imponer un arbitrario cultural, es decir, en el caso particular, el arbitrario de las admiraciones- pueden imponer un aprendizaje al término del cual dichas obras aparecerán como intrínseca o, mejor, naturalmente dignas de ser admiradas o apreciadas. En la medida en que produce una cultura (en el sentido de competencia), que es la interiorización del arbitrario cultural, la educación familiar o escolar tiene por efecto ocultar cada vez más completamente, por inculcación de lo arbitrario, lo arbitrario de la inculcación, es decir, de las cosas inculcadas y de las condiciones de su inculcación.

Pierre Bourdieu (1969), "Sociología de la percepción estética" en El sentido social del gusto, Buenos Aires, Siglo XXI, 2012, p. 67