Me atrevo, personalmente, a festejarlo. En mi extenso marco teórico intenté exponer cuánto horror trajo a la cultura humana la necesidad de la unificación, de la integración de lo diferente en un "lo mismo". Aunque la derrota del campo popular de los años 70 fue terrible e impuso un "lo mismo" en el horroroso capitalismo globalizado, ha dado un beneficio secundario: ya no es posible defender las certezas fanáticas. Apreciar la riqueza del mundo como palpitación de diferencias es una posibilidad abierta para pensar nuevos modos de transformarlo.
Elsa Drucaroff, Los prisioneros de la torre. Política, relato y jóvenes en la postdictadura, Buenos Aires, Emecé, 2011, pp. 262-263