Sin embargo, esta incapacidad de aceptación de los resultados inapelables del enfrentamiento armado o militar entre los grupos sociales en pos de la imposición de sus respectivos proyectos institucionales (“sistémicos”), ocurre de un modo muy singular: el grupo derrotado siempre conserva, en cada caso, si no el poder de controlar o dirigir el proyecto a imponerse luego de su derrota militar, sí al menos la capacidad de condicionar –esto es, de impedir, boicotear, o bloquear– el proyecto del vencedor. (...)
La consecuencia de todo esto es que, en estas condiciones, ningún proyecto de país puede imponerse finalmente: ni el proyecto de los derrotados, ni el de los vencedores. No triunfa ni el “globalismo” o proyecto modernizador (“liberal”), ni el “nacionalismo” o proyecto comunitarista popular/ tradicional. O empatan, y se obstaculizan y boicotean mutuamente, o coexisten bajo la forma de una curiosa mixtura, que implica una distorsión mutua de ambos principios. Ambos siguen vivos como retórica política y discurso identitario, pero ninguno tiene posibilidad de imponerse plenamente ni organizar el país (excepto de un modo dictatorial, a la vez inestable, precario e ilegítimo).
Ernesto Funes, "Argentina: envilecimiento de la modernidad" en Noticias Núm. 1797, 03/06/2011