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Estábamos un paso más allá, pero teníamos que mostrar nuestra familiaridad con un tramado de rituales y normas, un hábito que nos pusiera en el centro de un campo intelectual específico al que en verdad mirábamos deseosos desde la vereda de enfrente pero denunciábamos como trivial. Tirábamos piedras contra las ventanas, enojados porque la política la hacían otros, los libros los publicaban otros, las editoriales y las películas y las cátedras eran de otros. Lo trágico es que eran de otros como nosotros, si hasta habíamos ido juntos al colegio, y ahora eran ellos los que se sentaban detrás de los escritorios. O peor aún, los que habían acumulado tanto que ostentaban sencillez. Aquel que Manejó Los Destinos De La Nación y aún así te recibe con Nescafé, detrás de una mesa de fórmica. Pero en algún lugar les habíamos perdido la marca y ahora nos preocupaba dejar en claro que el ascenso de ellos demostraba una vez más la banalidad del éxito y no nuestras limitaciones. Como una cosa, efectivamente, quitara la otra.

Ernesto Semán en Holy Fuck. Hablando de kirchnerismo con el recaudador de impuestos, Buenos Aires, Garrincha Club, 2011 pp. 268-269