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Se trata de un problema que se agrega a los muchos que tiene lo que se llama democracia y que no ha podido resolver. La universalidad de los principios por los que se quiere definirla la desencaja de cualquier particularidad histórica. Eso acarrea una dificultad. Nacida de una apropiación colectiva del poder público, está a la vez interesada en proteger la soberanía de los derechos individuales. La democracia, entonces, se ve llevada a juridizar la política y a politizar el Derecho. Esto traba las relaciones entre la acción social y las libertades individuales.
Supongo (lo digo con la prudencia de quien ignora demasiado sobre la historia del Derecho) que se trata de un efecto, altamente mediatizado, que proviene de la función adquirida por la Constitución de los EE.UU. (y que inunda la inspiración que orienta Las Bases de Alberdi). En sus primeras luchas, los colonos lograron trasladar a la Constitución sus conquistas, de tal forma que una ley promulgada puede no aplicarse al caso particular si lesiona un derecho privado del individuo protegido por esa Constitución. Esto permite que el llamado poder judicial tenga un papel político protagónico en el ámbito público. A nadie le llama la atención que un juez declare la guerra a la delincuencia o la droga, cuando sería esperable que solo se atenga a aplicar una ley dictada por la instancia legislativa.
En estas condiciones, la democracia se presenta como una forma de gobierno que representa los derechos universales, humanos, a la vez que debe proteger los del individuo. ¿Cómo hacer? Ocurre entonces que, en numerosas ocasiones, se ve llevada a desistir de ejercer el poder propiamente político en la esfera pública. Es una de las razones, no la única, por las que esa esfera fue cedida durante tanto tiempo, no a la economía, sino a la política del neoliberalismo económico, aunque el nombre del individuo fuera "el mercado".

Jorge Jinkis (2010), "Inclemencias" en Violencias de la memoria, Buenos Aires, Edhasa, 2011, p. 58