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Así fue como Stalin llevó a la práctica su "plan maestro" para convertirse en dirigente único. El Partido había sido despojado de todo cuanto Stalin había querido despojarlo: la posibilidad de cambiar a la cúpula por medio de un proceso electoral. El bolchevismo, y conviene incidir en este punto, seguía disponiendo de este mecanismo, y su destrucción era una condición previa para el éxito de Stalin. A diferencia de la concepción generalizada, que sostiene que la Unión Soviética estaba "en manos del Partido Comunista", ya no había lugar para partido político alguno. Algo así había sucedido en tiempos de Lenin, pero Stalin, el gobierno y el Partido ejecutaron las decisiones políticas como debían hacerlo los "cuadros", sin más condición que llevarlas a la práctica de una manera satisfactoria.
No podemos pasar por alto todo esto, ya que no hay dos dictaduras iguales. Algunos "sistemas unipartidistas" conservan una cierta capacidad de control de su destino, o cuando menos de decisión sobre la composición de su clase dirigente. Cuando no es así, un "sistema unipartidista" deja de ser la obra para convertirse simplemente en el escenario. Los papeles principales recaen en el aparato que administra el país, de acuerdo con los dictados de la cúpula. En la historia del sistema soviético apreciamos algo más que una mera inflexión en las reglas del juego a lo largo del tiempo; se advierte un cambio radical.

Moshe Lewin (2005), El siglo soviético, Barcelona, Crítica, 2006, p. 55