Desde el punto de vista de los subordinados y oprimidos, la existencia misma del Estado como aparato de dominación de clase es un hecho de violencia. De la misma manera, Robespierre sostenía que el regicidio no se justifica probando que el rey había cometido cualquier crimen en concreto: la propia existencia del rey ya es un crimen, una ofensa contra la libertad del pueblo. En este estricto sentido, la utilización de la fuerza por los oprimidos en contra de la clase dirigente y de su Estado siempre es, en última instancia, una utilización "defensiva". Si no aceptamos este punto, nosotros volens nolens "normalizamos" al Estado y aceptamos su violencia como una simple cuestión de excesos contingentes. El lema liberal estándar de que "algunas veces es necesario recurrir a la violencia, pero que nunca es legítima", no es suficiente. Desde una perspectiva emancipatoria radical, habría que ponerla del revés: para los oprimidos la violencia siempre es legítima –ya que su propio estatus es el resultado de la violencia– pero no siempre necesaria. Siempre es una cuestión de estrategia el utilizar la fuerza contra el enemigo o no hacerlo.
Slavoj Zizek, "Un permanente estado de excepción económica" en New Left Review Nº 64, octubre 2010