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La extensión ulterior de los derechos democráticos a otras personas que no fueran ciudadanos-empresarios no fue el producto espontáneo del desarrollo capitalista ni la expresión de una exigencia de este último. Muy por el contrario, esta extensión fue conquistada progresivamente por las víctimas del sistema: la clase obrera y, más tarde, las mujeres; es el resultado de luchas contra el sistema. Pues esta extensión tenía que poder revelar, por la fuerza de las cosas, el contraste potencial entre la voluntad de la mayoría -que son evidentemente los explotados del sistema-, expresada a través del voto democrático, y la suerte que le reserva el mercado. El sistema corre el riesgo de hacerse inestable y hasta explosivo. Como mínimo, existe el riesgo -y la posibilidad- de que el mercado en cuestión tenga que someterse a la expresión de intereses sociales que no son convergentes con la prioridad dada por lo económico a la máxima rentabilidad del capital. Dicho de otro modo: existe el riesgo para unos (el capital) y la posibilidad para otros (los trabajadores-ciudadanos) de que el mercado se regule por otros medios diferentes, ajenos al despliegue de su estricta lógica unilateral.

Samir Amin (2001), Más allá del capitalismo senil, Buenos Aires, Paidós, 2003, pp. 60-61