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La tragedia, dice Abel, no es ni ha sido nunca la forma característica del teatro occidental; la mayor parte de los dramaturgos occidentales inclinados a escribir tragedias se han mostrado incapaces de hacerlo. ¿Por qué? En una palabra: autoconsciencia. (...) De este modo, ha sido el metadrama -argumentos que describen la autodramatización de personajes conscientes, un teatro cuyas metáforas más destacadas afirman que la vida es sueño y el mundo un escenario- el que ha ocupado la imaginación dramática de Occidente, en la misma medida que la imaginación dramática griega estuvo ocupada por la tragedia. (...)
Como he sugerido, el diagnóstico presupuesto en Metateatro -según el cual el hombre moderno vive bajo el peso de una carga de subjetividad cada vez mayor a expensas de su sentido de la realidad del mundo- no es nuevo. Tampoco las obras de teatro son los textos decisivos para revelar esta actitud y su idea correlativa: la razón como automanipulación y representación. Los dos mayores documentos de esta actitud son los Ensayos de Montaigne y El príncipe de Maquiavelo, ambos manuales de estrategia que suponen un abismo entre el Yo público (la representación) y el Yo privado (el verdadero Yo). (...) Las principales obras de Shakespeare son piezas acerca de la autoconsciencia, acerca de personajes que no actúan tanto como se dramatizan a sí mismos en los papeles.

Susan Sontag (1963), "La muerte de la tragedia" en Contra la interpretación y otros ensayos, Buenos Aires, Debolsillo, 2008, pp. 174-176