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El Manifiesto anuncia "la revuelta de las fuerzas productivas modernas contra las relaciones modernas de producción y contra el régimen de propiedad, que condicionan la existencia de la burguesía y su dominio". Desde entonces, el régimen de propiedad privada no ha dejado de crecer. Hoy se extiende a los bienes comunes de la humanidad, a la calle: tierra, agua, aire, espacio público; a la vida y a la sabiduría, con el conocimiento exponencial de diplomas y títulos; a la violencia, con el auge del mercenariado; a la ley, con la "contractualización" generalizada. Las técnicas de reproducción y comunicación permiten acceder gratuitamente a numerosos bienes. He aquí que la propiedad privada aparece como el resultado de un proceso de desposesión generalizada o como un freno a la innovación. El lugar que ocupa la crítica a la propiedad en el Manifiesto está más que nunca justificado (...)
No se trata de abolir toda forma de propiedad, sino, más concretamente, "la propiedad de hoy, la propiedad burguesa" y el modo de apropiación fundado en la explotación de unos por otros. Es esta una precisión muy importante, ya que establece una distinción en los dos modos de concebir la propiedad. La confusión entre estos dos sentidos de propiedad es utilizada por los detractores del comunismo para presentar a las comunistas como "partidores", deseosos de suprimir toda forma posible de bienes de uso personal, como el alojamiento, los medios de locomoción, etc. Lo que se trata de abolir, en realidad, es aquella propiedad que tiene como contrapartida la desposesión del otro: la que otorga un poder sobre la vida y sobre el trabajo de los dominados.

Daniel Bensaïd (2009), Marx ha vuelto, Buenos Aires, Edhasa, 2011, pp. 55-56