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Como se trata del derecho de petición o del impuesto sobre el vino, de la libertad de la prensa o del librecambio, de los clubes o de la organización municipal, de la protección de la libertad personal o de la reglamentación del presupuesto, es la misma palabra de orden que se repite siempre; el tema no varía, la sentencia está siempre dada con anterioridad y siempre dice: ¡Socialismo!
Se declara socialista hasta el liberalismo burgués, hasta la cultura burguesa, hasta la reforma financiera burguesa. Esto era hacer socialismo, como el construir un camino de hierro donde existe ya un canal, o defenderse con el bastón contra quien ataca con la espada.
Y esto no era una simple manera de hablar, un modo, una táctica del partido. La burguesía se daba bien cuenta que todas las armas que había forjado contra las ideas feudales se volvían contra ella misma; que todos los medios de instrucción que había imaginado se coaligaban contra su propia cultura; que todos los dioses que había creado le habían vuelto la espalda. Ella comprendía que todo lo que se llamaban libertades burguesas u órganos de progreso atacaba y amenazaba, tanto en su fundamento social como en su coronamiento político, su dominación de clase (...)
Así es, por consiguiente, que la burguesía abomina como socialista lo que predicaba en otro tiempo como liberal. Ella neconoce en este sentido que, en su propio interés, necesita sustraerla al peligro de tener que gobernar por sí misma. Para establecer la calma en el país, importa, ante todo, calmar al parlamento burgués; para conservar intacto su poderío social, es necesario romper su poder político; los particulares burgueses no podrán continuar explotando a las otras clases y gozar tranquilamente de la propiedad, de la familia, de la religión y del orden, más que con la condición de que su clase sea, como las otras clases, reducida a una unidad política; para salvar la bolsa, necesita arrancar la corona y el machete que debe protegerla, y lo hará suspender sobre su cabeza como una espada de Damocles.

Karl Marx (1852), El XVIII brumario de Luis Bonaparte, Buenos Aires, Claridad, 2008, pp. 67-69