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La expansión de nuevas formas de contratación precarias e inestables, la tercerización de servicios, el cuestionamiento de las formas de negociación colectiva y su reemplazo por los acuerdos individuales y por empresa, los aumentos por productividad, en fin, los cambios implicados por la imposición de nuevas formas de gestión y organización del trabajo, repercutieron profundamente en las formas de representación sindical. Este proceso fue acompañado por el decrecimiento de la conflictividad laboral, sobre todo en el sector de los trabajadores industriales, quienes sufrieron directamente el impacto de la flexibilización y, a partir de 1994, la amenaza disciplinadora del desempleo.

En consecuencia, el conflicto sindical tendió a concentrarse en el sector público, donde se sostuvieron niveles de conflictividad similares a los años '80, con un notorio incremento de las acciones de carácter defensivo en los sectores de salud y educación. Por último, a diferencia de épocas anteriores, la década del '90 marcó la hegemonía de las estructuras partidarias por sobre las estructuras sindicales, confirmando -una vez más- que la clave de bóveda del modelo sindical peronista se asienta en la subordinación de los actores sociales al líder político.

En este contexto de desestructuración del escenario laboral y de profunda ruptura de las lealtades se produjo una reorientación del actor sindical, que daría cuenta de la reducción drástica del espacio tradicional de acción, de la pérdida de espesor ideológico y, al mismo tiempo, de la consiguiente búsqueda de nuevos espacios de intervención. En este proceso de reconfiguración de estrategias y de fines, la posición que los sindicatos asumieron respecto al Partido Justicialista, resultaría central.

Retomando a Albert Hirschman es posible leer los realineamientos sindicales producidos en los '90 a través de tres figuras fundamentales: la lealtad, la voz y la salida. Así, en primer lugar, se fue erigiendo un poderoso bloque representado por los voceros de la "lealtad", encarnado por la CGT, el que optaría por la adaptación pragmática a los nuevos tiempos. En segundo lugar, se constituyó el Movimiento de Trabajadores Argentinos (MTA), un ala disidente de la CGT oficial, encabezado por el sindicato de los Camioneros y la Unión Tranviarios Automotor (UTA). Allí se ubicarían los que, cada tanto, hacían escuchar su "voz" y pugnaban por revivir el modelo sindical asociado a una política sustitutiva de importaciones y a un Estado proteccionista. Por último, están aquellos que eligieron la "salida" y apuntaron a la construcción de una central alternativa, la Central de los Trabajadores Argentinos (CTA), que aglutinaría básicamente a los sectores estatales, sobre todo los docentes estatales (CTERA) y la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE).

Maristella Svampa, "Profunda ruptura de las lealtades" en Le Monde Diplomatique, Ed. Cono Sur, N° 91, Enero 2007, p. 6