Ahora bien, ¿quién es capaz de leer todo eso? Aquel que ha adquirido ciertas competencias y ciertas destrezas, aquel que ha desarrollado un aprendizaje lentísimo, trabajoso, sobre conceptos sobre el universo cultural, sobre textos escritos. Pero si la "brecha social" es cada vez más grande, si existen escuelas de primera y de décima, si las familias carecen de bibliotecas, si las visitas al teatro son excepcionales o inexistentes, etc, el receptor en condiciones de existencia más desiguales está condenado a un consumo también empobrecido, más determinado, clausurado. El pibe favorecido, que se construye en familia y en el mejor colegio, va a tener un capital cultural extraordinario, a tal punto que, en algún momento de su vida, se va a olvidar que lo adquirió ventajosamente y va a presumir que es un genio: "mirá cómo soy capaz de disfrutar todos estos capitales culturales, estos brutos no entienden nada".
Sobre esta idea de las lecturas diferenciadas, también empieza a haber toda una valorización del cine bizarro. Ver la película más basura del mundo y proyectarle una lectura en clave hiperculta. Pero eso lo puede hacer cualquiera que tenga esas claves, que tenga las competencias para eso. Entonces, claro, yo tomo la película Carne con Isabel Sarli, donde a ella la violan innumerables veces en un frigorífico y digo: "He aquí una metáfora de la sociedad argentina. El frigorífico, la carne, la violación, el cuerpo ultrajado, El matadero de Esteban Echeverría". Y ustedes dicen: "Epa, que peliculón". Pero fíjense que para ver Carne en esa clave yo tengo que tener una biblioteca atrás. Si eso no se plantea, toda recuperación del cine bizarro o, dicho de un modo más general, toda aceptación acrítica de las lecturas populares, derivan en la aceptación de de los productos del mercado -y los peores, se sabe- o en el populismo a secas.
Santiago Gándara, teórico de Teorías y Prácticas de la Comunicación, Ciencias de la Comunicación (UBA), 18-04-2006