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También es locura e injusticia privar a los hijos, cuando tienen edad adecuada, del trato de los padres, y asimismo lo es mirarles con rostro desdeñoso y austero, con el que se espera tenerlos en temor y obediencia. Tal cosa es farsa inútil que hace a los padres desagradables y, lo que es peor, ridículos ante sus hijos. Éstos tienen en su mano la fuerza y la juventud, y por tanto el favor del mundo, y reciben con burla esos rostros fieros y titánicos de un hombre que apenas guarda ya sangre en las venas ni el corazón y no pasa de ser un espantapájaros. Aun si yo lograra inspirar temor, mil veces preferiría hacerme amar, porque tantos defectos hay en la vejez, tanta impotencia y tanta propensión a provocar desprecio, que la mejor adquisición que entonces se puede hacer es el afecto y amor de nuestros allegados.

Michel de Montaigne (1595), Ensayos II, Buenos Aires, Orbis, 1984, p. 58