Tenemos... la modesta convicción de que en los últimos años esos mismos medios contribuyeron -a diferencia de lo ocurrido durante la dictadura- por lo menos a consolidar los valores democráticos, a identificar algunas de las conductas más escandalosas del poder político, a transparentar otros problemas de larga data como el de la corrupción o el de la violencia policial, a detectar buena parte de las fuertes transformaciones sociales contemporáneas. Amparándose o no en el prestigio que les otorgó este aspecto beneficioso de su desempeño, los medios y el periodismo suelen autoerigirse como guardianes del interés social general. Agitan encuestas que los muestran como "los más creíbles" en la lamentable comparación con la aún más lamentable imagen pública de los politicos, los sindicalistas, el poder legislativo, el judicial. Más allá de cierto autoritarismo que esconde ese desprecio por la política -y los políticos hacen todo lo posible por ganarse el desprecio- los triunfos de los medios son demasiado parecidos a los de los tuertos en el país de los ciegos. Y aunque es relativamente cierto que los políticos -que se exponen a votación- pasan y los medios -que no lo hacen- permanecen, la experiencia de otras sociedades indica que también los prestigios acumulados por los medios pueden sufrir caídas abruptas. (...)
En el imaginario social... se ha robustecido la riesgosa noción de que los medios son el reemplazo natural del espacio público que antes estaba en otra parte. Es una noble idea... pero atravesada por demasiadas oscuridades como para confiar ciegamente en el ella. Las reglas de mercado, la subordinación al interés de lucro, el excesivo ruido comunicacional, la simple incapacidad, las históricas inercias hacia la banalización y la mediocridad, contaminan la pureza de esa idea. La necesidad de los medios de instalar la denuncia, el escándalo, la interna, la chicana, la exclusiva, contribuye fuertemente a potenciar los aspectos más perversos de la política, a acelerar lo que no debe ser acelerado, a establecer prioridades y urgencias que pueden ser arbitrarias.
Eduardo Blaustein y Martín Zubieta, Decíamos ayer. La prensa argentina bajo el proceso, Buenos Aires, Colihue, 1998, p. 57