No tiene demasiado sentido hablar de la democracia en su abstracción cuando en realidad de lo que se trata es de examinar la forma, las condiciones y alcances de la democratización en sociedades, como la capitalista, que se fundan en principios constitutivos que le son irreconciliablemente antagónicos. Esto en nada subestima la trascendencia de la democracia como forma de gobierno y como modo de vida, sobre todo después de los ríos de sangre que corrieron en América Latina para conquistarla. Pero su necesaria valoración no puede ignorar que en su concreción histórica la democracia -tanto en la periferia del capitalismo como en su núcleo más desarrollado- siempre se la encuentra entrelazada a una estructura de dominación clasista, la cual le impone rígidos límites a sus potencialidades representativas y, en mayor medida todavía, a las posibilidades de autogobierno de la sociedad civil. (...)
[La] democratización del capitalismo no basta para que las arraigadas estructuras del dominio sobre las cuales reposa y de las cuales depende vitalmente se esfumen como resultado del sufragio universal y de la representación política. (...) Se habla de democracia "a secas" cuando en realidad estamos hablando de "capitalismos democráticos", en donde lo sustantivo es el capitalismo y lo adjetivo la democracia.
Atilio Boron (1994), "La sociedad civil después del diluvio neoliberal" en Emir Sader (comp.) La trama del neoliberalismo, Buenos Aires, Eudeba, 1999, pp. 48-49