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Por eso cuando la izquierda empezó a demonizar a los propietarios de armas en la década de los 60, no solo lo hicieron de un modo arrogante e insultante, ya que los asociaban con el universo del crimen, sino que también fueron políticamente estúpidos. Para la clase media tenia mucho sentido que el movimiento de control de armas se centrara en las grandes ciudades, es decir, allí donde medran todas esas cosas de las que esa misma clase media trata de protegerse: las bandas callejeras, los bares de ambiente, los drogadictos que salen a robar, la gente de piel oscura que habla idiomas extraños. En cambio, desde la perspectiva de las ciudades pequeñas y medianas del país, los activistas anti armas siempre han sido una pandilla de histéricos.
(...) Antes que me recuerden que no estamos en 1960 déjenme señalar algunas diferencias entre ambas épocas. En 1960 el sentido común estaba repartido equitativamente entre liberales y conservadores. En aquel entonces hasta las personalidades liberales, como el senador por el Partido Demócrata y vicepresidente Hubert Humphrey, insistían en que las armas ocupaban un lugar importante en nuestros hogares puesto que la historia ha demostrado que los gobiernos, incluso los mejores, tienen por costumbre oprimir a la gente indefensa. Imaginen a cualquier demócrata de hoy en día diciendo algo así y en voz alta. (...)
A lo largo y ancho de la América rural y provinciana, la campaña por el control de armas es vista como un intento de arrebatarles al ciudadano el derecho a proteger su hogar de todos esos chiflados que andan sueltos y, según la percepción cada vez más generalizada, del autoritarismo del gobierno. La mayoría de la gente de Fort Shenandoah considera la posesión de armas desde este punto de vista, como una manera de pararle los pies a cualquier militar que pretenda franquear el umbral de tu casa. Teniendo en cuenta lo que hemos visto últimamente, no se si yo no estaría de acuerdo con ellos. De entre todos los temas polémicos (el matrimonio homosexual, el aborto, la discriminación positiva a favor de las minorías, los derechos de los animales) que han dividido al liberalismo norteamericano en bandadas rivales de gansos chillones, la posesión de armas de fuego es el único asunto que afecta la vida de los votantes de la América profunda. Alcanza a casi todos ellos por igual incluso a los que no tienen armas. Porque el simple derecho a poseerlas hace que suenen campanas de libertad a sus oídos. (...)
A finales de la década de los 60, cualquier cazador de ciervos apostado en los montes de Iowa creía que había personas (no estaba muy seguro de quienes eran) que pretendían quitarle su arma y que ponían en entredicho los derechos amparados por la segunda enmienda. Pesa a que él no conocía con exactitud el contenido de la susodicha enmienda, los políticos del Partido Republicano, los conservadores entendidos en la materia y los neocons de mirada asesina estaban mas que felices de poder explicárselo. Por eso al dia de hoy cabe la posibilidad de que esta sea la única enmienda que nuestro cazador sabe resucitar de memoria. En cualquier caso, allí estaban los miembros del Ilustre Partido Republicano, como perros de caza asediando alegremente a los culpables del ataque contra ese sacrosanto derecho, esos liberales urbanitas que nunca habían visto una escopeta calibre 12 ni habían pagado que les pusieran el sello en la licencia de caza. Por una vez el Viejo Partido tenia toda la razón: desde entonces, los republicanos han estado montando el mismo caballo triunfador, y de eso hace ya cuarenta años.

Joe Bageant  (2009), Crónicas de la América profunda, Buenos Aires, Marea, 2009, pp. 114-117; 124