Tras la ambivalencia ante el estilo existe, en último término, la confusión histórica occidental sobre la relación entre arte y moralidad, lo estético y lo ético. (...) No existe un antagonismo genérico entre esa forma de conciencia, orientada a la acción, que es la moralidad, y la nutrición de la conciencia, que es la experiencia estética. Solo cuando las obras de arte quedan reducidas a afirmaciones que proponen un contenido específico, y cuando la moralidad se identifica con una moralidad particular (y toda moralidad particular lleva sus subproductos, elementos estos que solo están en defensa de intereses sociales y valores de clase limitados), solo entonces puede la obra de arte puede considerarse como determinante de la moralidad. (...)
En el arte, "el contenido" es, por así decirlo, el pretexto, la meta, el señuelo que compromete la conciencia en procesos de transformación esencialmente formales. (...) La obra de arte, en tanto que obra de arte, no puede -cualesquiera que fueren las intenciones personales del artista- abogar por nada en absoluto. Los más grandes artistas alcanzan una neutralidad sublime.
Susan Sontag (1965), "Sobre el estilo" en Contra la interpretación y otros ensayos, Buenos Aires, Debolsillo, 2008, pp. 37-43