El otro aspecto que queremos señalar [es] el hecho de que los seres "diferentes" no sean percibidos como personas, sino, sobre todo, como categorías sociales. En efecto, la ventaja frente al mundo "de afuera" es su radical transparencia, pues "adentro" lo diferente no se mezcla; cada persona tiene un lugar preestablecido, según su función social, ilustrado de manera paradigmática por el proletariado de servicio que diariamente entra y sale, rigurosamente uniformado, se trate de la mucama, la niñera, el jardinero o el guardia de seguridad. (...)
Las representaciones y los lazos que se establecen con "el otro" son básicamente de tres tipos: el primero es de índole económica (con el proletariado de servicio, sea la doméstica, la baby sitter o el jardinero); el segundo es "el otro" como objeto de beneficiencia (el "pobre", al cual se ve poco pero se ayuda a través de donaciones a comedores, salitas de salud y escuelas). Pero la relación con ambos (...) se desarrolla en contextos regulados y previsibles: (...) el contraste entre el "adentro" y el "afuera" y la interiorización del código polar engendran un tercer tipo de vínculo con el otro, caracterizado por el temor exacerbado, que remite a la imagen de la "pobreza violenta", localizada siempre en los barrios carenciados y en las villas del entorno (...), la "comunidad del miedo", donde el otro adquiere un contorno más inasible y una suerte de opacidad amenazante.
Maristella Svampa, La brecha urbana, Buenos Aires, Capital Intelectual, 2004, pp. 71-74