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El pensamiento mágico es una desviación de la lógica basada en la proximidad o la semejanza. Muchas tribus primitivas han asociado las ondulaciones de la hierba o los cultivos mecidos por el viento con la inminencia de lluvias. En épocas de sequía, los miembros de la tribu se reúnen y se balancean rítmicamente, convencidos de que es este movimiento ondulatorio el que atrae la lluvia. Los antropólogos creen que esos balanceos tribales constituyen el origen de la danza. La actual euforia ante Internet procede de una superstición parecida. Un ordenador es un ordenador, y el cerebro humano también es un ordenador. En consecuencia, el ordenador es a su vez un cerebro. Si logramos que un número suficiente de ordenadores -millones, centenares de miles de millones- operen en todo el mundo integrados en una red única y perfecta, obtendremos un fabuloso supercerebro que convergerá en un mismo plano, superando los anticuados conceptos del nacionalismo y la competencia racial y étnica. (...)
Maravillada por la invención de la locomotora a vapor, en la década de 1830, la gente comenzó a decir que el tren reducía el mundo al aproximar poblaciones geográficamente distantes. Cuando se inventaron el teléfono, el cable transoceánico, la telegrafía, la radio, el automóvil, el avión, la televisión y el fax, la gente volvió a maravillarse y repitió esas palabras hasta la saciedad. Pero si estos inventos, sin duda notables, han mejorado la mente humana o disminuido el salvaje afán de agruparse con seres de la propia raza para luchar contra otras bestias humanas, yo no me he enterado.

Tom Wolfe (2000), "Infoverborrea, polvos mágicos y el hormiguero humano" en El periodismo canalla y otros artículos, Barcelona, Ediciones B, 2001, pp. 108-109