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Lo social en arte nunca es inmediato, ni aún -pese a la contumaz creencia de los artistas comprometidos y de los teóricos que heroizan su labor- cuando se lo pretenda. Si existe eficacia ella se produce en virtud de la existencia misma de las obras de arte en tanto negaciones de lo práctico. El arte, en este sentido, es crítica social a priori. Aún el arte autónomo. Aún el arte de los artistas no comprometidos, artistas sociales a su pesar, ya que, como dice Ionesco, “estamos sujetos todos a una suerte de complejo histórico y pertenecemos a cierto momento de la historia”. (...) Comentando la obra de Kafka hace notar Adorno que en ella el capitalismo monopolista no aparece de un modo protagónico, sino solamente en el trasfondo. Y sin embargo el autor de El proceso “descubrió las escorias de un mundo administrado, la situación de los hombres bajo la maldición de la sociedad con más fidelidad y fuerza que las novelas sobre la corrupción de los trusts industriales”. E incluso, dice Adorno, si se consideran las obras del propio Brecht, se verá que no es el compromiso lo que les otorga calidad, sino las innovaciones dramáticas en las que desembocó el teatro didáctico, que conducían a la destrucción de la unidad de sentido. Es eso lo que constituye su compromiso y no los contenidos de sus piezas que, en el fondo, decían cosas ya sabidas: que los ricos la pasan mejor que los pobres y que reina la injusticia y la opresión en el mundo. El contexto histórico es, pues, un dato esencial y hay que tomarlo como una condición del compromiso.

Edgardo Gutiérrez, "Estética y Política: El compromiso del artista de los '60 a los '90", en Revista Herramienta Nº 11, octubre de 1999