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Yo soy la Argentina, carajo, decía el viejo cuando deliraba con la morfina que le daban para aliviarle el dolor. Empezó a identificar la patria con su vida, tentación que está latente en cualquiera que tenga más de 3.000 hectáreas en la pampa húmeda.

Ricardo Piglia (1980), Respiración artificial, Random House Mondadori, Buenos Aires, 2013 pp. 21-22