Norberto Bobbio, "Marx y el Estado" en Ni con Marx ni contra Marx, México, Fondo de Cultura Económica, 1999
# 298
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Estado,
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Norberto Bobbio,
política
De la muchas veces afirmada dependencia del Estado de la
sociedad civil del poder político de la clase dominante, Marx da una confirmación
precisa ahí donde plantea el problema del paso del Estado en el cual la clase
dominante es la burguesía al Estado en el cual la clase dominante será el
proletariado. Sobre este problema será inducido a meditar sobre todo por el
episodio de la Comuna de París (marzo-mayo de 1871). En una carta a Ludwig
Kugelmann, del 12 de abril de 1871, refiriéndose precisamente al último capítulo
del escrito sobre el golpe de Estado en Francia (El 18 brumario de Luis Bonaparte), en el que había afirmado que “todas
las sublevaciones [cambios radicales políticos] no hicieron más que
perfeccionar esta máquina [entiéndase la máquina del Estado] en vez de
destrozarla”, replica, a veinte años de distancia, que “el próximo intento de
la Revolución francesa no consistirá en transferir de una mano a otra la
máquina militar y burocrática, como ha sucedido hasta ahora, sino era
destrozarla, y que ésa es la condición preliminar de toda revolución popular en
el continente”. Señala pues que el objetivo que pretenden los insurrectos
parisinos es precisamente ése; ellos no intentan apoderarse del aparato del
Estado burgués sino que tratan de “destrozarlo”. En las consideraciones sobre
la Comuna, Marx retorna a menudo sobre este concepto: ahora dice que la unidad
de la nación debía volverse una realidad “por medio de la destrucción de aquel
poder estatal que pretendía ser la encarnación de esta unidad independiente y
hasta superior a la nación misma, mientras no era sino una excrecencia
parasitaria”; ahora habla de la Comuna como de una nueva forma de Estado que “destroza”
el moderno poder estatal, y que sustituye al viejo gobierno centralizado con “el
autogobierno de los productores”. Parece, pues, que para Marx la dependencia
con respecto al poder estatal del poder de clase es tan estrecha que el paso de
la dictadura de la burguesía a la dictadura del proletariado no puede
realizarse simplemente a través de la conquista del poder estatal, es decir de
aquel aparato de que se ha servido la burguesía para ejercer el propio dominio,
sino que exige la destrucción de aquellas instituciones y su sustitución con
instituciones completamente diferentes. Si el Estado fuese sólo un aparato
neutral por encima de las partes, la conquista de este aparato, o hasta la sola
penetración en él, serían por sí mismas suficientes para modificar la situación
existente. El Estado es, sí, una máquina, pero no es una máquina que cada uno
pueda manejar a su antojo: cada clase dominante debe formar la máquina estatal
según las propias exigencias. Sobre los caracteres del nuevo Estado Marx da
algunas indicaciones tomadas justamente de la experiencia de la Comuna (de las
cuales sacará inspiración Lenin para el ensayo Estado y revolución y los
escritos y discursos de los primeros meses de la Revolución): supresión del
ejército permanente y de la policía asalariada, y su sustitución por el pueblo
armado; funcionarios o de elección o bajo el control popular y por lo tanto
responsables y revocables; jueces elegibles y revocables; sobre todo sufragio
universal para la elección de los delegados con mandato imperativo y por lo
tanto revocables; abolición de la tan mentada pero ficticia separación de los
poderes. (“La Comuna debía ser, no un organismo parlamentario, sino de trabajo,
ejecutivo y legislativo al mismo tiempo”); y finalmente amplia
descentralización capaz de reducir a pocas y esenciales las funciones del
gobierno central. (“Las pocas pero importantes funciones que hubieran quedado todavía
para un gobierno central […] habrían sido cumplidas por funcionarios comunales,
y por lo tanto estrictamente responsables”). Marx llamó a esta nueva forma de
Estado “gobierno de la clase obrera”, mientras Engels, en la introducción a una
reimpresión de los escritos marxianos sobre la guerra civil en Francia, la
llamó con fuerza, y con provocadora intención, “dictadura del proletariado”. “El filisteo socialdemócrata recientemente se ha sentido
invadido una vez más por un saludable terror al oír la expresión: dictadura del
proletariado. Pues bien, señores, ¿queréis saber cómo es esta dictadura? Mirad
la Comuna de Paris. Esta fue la dictadura del proletariado”.