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Desde Robert Redfield hasta Lewis Mumford, Marshall McLuhan, la Escuela de Frankfurt de Investigación Social (que incluye a Herbert Marcuse) hasta los tecnocríticos contemporáneos, si existe un asunto en el que todos concuerdan y han sido capaces de demostrar de diversas maneras, es que la teoría de la tecnología como "herramienta" es de una ingenuidad irremediable. Ignora el hecho de que la mayoría de las tecnologías no sean adecuadas; más bien, traen consigo una mentalidad, un estilo de vida, que una vez que se introduce en una cultura la cambia para siempre (...) Pensar que tales cuestiones son neutrales, escribió McLuhan, es una forma de "sonambulismo". Pensar que el asunto se reduce de manera estricta al uso de la tecnología, prosiguió, "es la postura embotada del idiota tecnológico". Una cultura oral medieval, por ejemplo, es completamente distinta de una cultura impresa moderna, que a su vez es diferente de la cultura posmoderna de la pantalla. El medio no es sólo el mensaje, es también el masaje, moldea la cultura de maneras poderosas. De ahí el dicho popular de que el hombre a quien se le da un martillo de pronto se relaciona con todo el mundo como si fuese un clavo.

Morris Berman (2010), Las raíces del fracaso americano, Barcelona, Sexto Piso, 2012, p. 115