Este fetichismo no es un simple travestimiento de la realidad. Si fuera así, si no fuese más que una mala imagen de lo real, bastarían unos buenos lentes para corregir la vista y revelar el objeto tal cual es. La ciencia ordinaria bastaría para atravesarla y llegar a la realidad oculta. Pero la representación fetichizada mantiene permanentemente el espejo deforme de su relación, la ilusión mutua del sujeto y del objeto. No se trata ya de contentarse con una ciencia que disipe, de una vez por todas, la falsa conciencia y garantice la soberanía lúcida del sujeto racional, maestro y señor de la naturaleza y de sí mismo. Porque la ilusión no nace sólo en las cabezas. Es resultado de las relaciones sociales reales. Mientras estas permanezcan, la alienación puede ser combatida en la práctica, pero no suprimida. En un mundo turbulento, dado a un fetichismo generalizado del mercado, no hay entrada triunfal de la ideología dominante por el arco de la Ciencia. La crítica reconoce su propia incapacidad para poseer y decir al fin toda la verdad. Su combate, siempre renovado contra el denso follaje invasor de la locura y del mito, conduce sólo a algunos claros del blosque en los que el acontecimiento rasga temporalmente el velo de la oscuridad.
Para la crítica, por tanto, no hay descanso. Y como nunca podrá librarse de la ideología, nada mejor, pues, que resistirle, hacerle frente, mofarse de ella, tratarla con ironía, y crear las condiciones para el desengaño y la desilusión. Allí donde las armas de la crítica deben ser sustituidas por la crítica de las armas; donde la teoría se hace práctica, y la razón, estrategia.
Daniel Bensaïd (2009), Marx ha vuelto, Buenos Aires, Edhasa, 2011, p. 166