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Como dijimos antes, desde 1998 se discutía cómo salir de la convertibilidad y había dos grandes posiciones. Finalmente ganaron quienes promovían la devaluación. Es decir, los Techint, los Cargill, los grandes grupos extranjeros vinculados al agro, quienes con la devaluación iban a exportar. Por su parte, las privatizadas y el sector financiero apostaban a la dolarización como fase superior de la convertibilidad, como señalaba Menem. Su objetivo era dolarizar y mantener sus ingresos en dólares. Con ese plan, tenían cartón lleno.
¿Cómo se resolvió esa puja?
Cavallo empezó a plantear la posibilidad de pasar a una canasta de monedas, inicialmente el euro y el dólar, y mantener la correspondiente tasa de cambio. Más allá de los juicios, las privatizadas apostaban a hacer cumplir la mayoría de los ventajosos contratos que habían firmado, que indicaban que, si bien se cobraban en pesos, los precios estaban fijados en dólares. Entonces, señalaban que si se desencadenaba la devaluación, iban a reconocer las tarifas en dólares. Pero era una locura afirmar que se podía implementar algo así en la Argentina. Si el 6 de enero de 2002 aumentaban las tarifas el trescientos por ciento, nadie iba a pagar la luz ni el gas. Por tanto, las privatizadas creían que con la dolarización zafaban de ese reajuste de tarifas. Y el sector financiero también apostaba por la dolarización, obviamente, aunque después arregló con la pesificación asimétrica.
¿Por qué ganó el sector exportador?
En ese momento, era el sector más fuerte. Reunía a los principales grupos exportadores nacionales y a algunas grandes multinacionales exportadoras. Tenían más condiciones y, además, el discurso incorporaba cierto componente de un "modelo nacional productivo", más proclive a los sindicatos. De hecho, ese fue el eje de Eduardo Duhalde. Pero todos sabían que se venía una reducción del salario real superior al treinta por ciento en un año.

Daniel Azpiazu en Manuel Barrientos y Walter Isaía, 2001. Relatos de la crisis que cambió la Argentina, Buenos Aires, Patria Grande, 2001, pp. 142-143