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Como pensador historicista, Marx intenta rescatar las instituciones humanas de la falsa eternidad con la cual el pensamiento metafísico las ha dotado; lo que ha sido creado históricamente siempre puede ser históricamente transformado. Pero él también es, paradójicamente, una especie de esencialista aristotélico, al sostener que existe una naturaleza humana -o esencia-, y que la sociedad justa sería aquella en la cual a esta naturaleza se le permitiera realizarse. ¿Cómo, entonces, resuelve esta aparente discrepancia en su pensamiento?
Lo hace, como Hegel antes que él, viendo el cambio y el desarrollo como la esencia de la humanidad. Es propio de nuestra naturaleza realizar nuestras potencialidades; pero la clase de potencialidades en cuestión y las condiciones para actualizarlas es un asunto específicamente histórico.

Terry Eagleton (1997), Marx y la libertad, Bogotá, Norma, 1999, pp. 27-28