# 196

Una ilustración excelente de las ventajas de la comedia y de sus dilemas peculiares -si se me permite pasar por un momento al cine- nos los dan dos películas recientemente proyectadas en Nueva York: El gran dictador de Charlie Chaplin y Dr. Strangelove de Stanley Kubrick. Las virtudes y defectos de ambas películas me parecen singularmente comparables e instructivas.
En el caso de El gran dictador, el problema es fácilmente discernible. La entera concepción de la comedia es total, dolorosa, insultantemente inadecuada a la realidad que se propone representar. (...) Es imposible ver El gran dictador en 1964 sin pensar en la horripilante realidad existente tras la película y sentirse deprimidos por la superficialidad de la visión política de Chaplin. Uno se derrumba ante el desconcertante discurso final, cuando el pequeño Barbero Judío se encarama al pedestal en lugar de Der Führer para hacer una llamada al "progreso", a la "libertad", a la "hermandad", a la "unidad del mundo", incluso a la "ciencia". ¡Y tener que ver a Paulette Goddard mirando el amanecer y sonriendo entre sollozos..., en 1940!
El problema de Dr. Strangelove es más complejo, aunque bien pudiera ser que dentro de veinte años parezca tan simple como El gran dictador. (...) Los intelectuales liberales que vieron Dr. Strangelove durante sus multiples preestrenos de octubre y noviembre pasados se maravillaron ante su audacia política y temieron que la película encontrara terribles dificultades. (Multitudes de la Legión Americana atronando en las salas de exhibición, etcétera.) Cuando se estrenó, todos, desde The New Yorker a Daily News, tuvieron palabras amables para Dr. Strangelove; no hay piquetes y la película está batiendo récords en la taquilla. Tanto los intelectuales como los adolescentes están encantados con ella. Pero los jóvenes de dieciséis años que hacen cola para verla comprenden la película, y sus verdaderas virtudes, mejor que los intelectuales, que la magnifican en exceso. Pues Dr. Strangelove no es en absoluto, de hecho, una película política. Utiliza los blancos aprobados por los liberales de izquierdas (el statu quo defensivo, Tejas, la goma de mascar, la mecanización, la vulgaridad norteamericana), y los trata desde un punto de vista enteramente pospolítico, propio de Mad Magazine. Dr. Strangelove es, realmente, un film alegre. Ciertamente, su vigor contrasta favorablemente con lo decadente (retrospectivamente) de la película de Chaplin. El final de Dr. Strangelove, con su prosaica imagen del apocalipsis y su banda sonora abierta ("Nos volveremos a ver") nos tranquiliza en una forma curiosa, pues el nihilismo es nuestra forma contemporánea de edificación moral. Del mismo modo que El gran dictador fue para las masas optimismo de Frente Popular, Dr. Strangelove es para las masas nihilismo, un nihilismo filisteo.

Susan Sontag, (1964) "Yendo al teatro, etcétera" en Contra la interpretación y otros ensayos, Buenos Aires, Debolsillo, 2008, pp. 192-194