En este apartado integramos una amplia diversidad de autores, tendencias, tradiciones e incluso disciplinas. Todos ellos convergen en una concepción general y neutra de la ideología (...), definiciones formuladas a partir de los años sesenta [que] implican una consideración de las formas simbólicas no sólo como un elemento de la vida social que, como sostendrá el funcionalismo, responde a determinadas necesidades y cumplen unas funciones concretas, sino como constitutivas de las relaciones y el mundo social: la sociedad es un universo pre-interpretado, simbólicamente constituido.
El aspecto general que comparten es una universalización de la ideología, para lo cual tales interpretaciones desarrollan un concepto radicalmente nuevo: ideología es todo o cualquier sistema de creencias. (...) La función de la ideología es la formación y transformación de la subjetividad, consiste básicamente en imágenes, conceptos y premias que proporcionan los marcos mediante los cuales representamos, interpretamos, comprendemos y producimos sentido de ciertos aspectos de la existencia social.
El supuesto epistemológico que comporta esta concepción posempirista es que el lenguaje, hablado o escrito, nunca puede ser completamente referencial. Hasta aquí nada que discutir. Pero en algunos autores (Derrida o Baudrillard, por ejemplo) la extensión del concepto discurso es tal que sencillamente desaparece el referente: no existe nada externo al discurso. (...) Esto conduce al relativismo y a la indeterminación, a un escepticismo radical sobre la posibilidad de cualquier forma de determinación y crítica. La política y la ideología son campos autónomos e irreductibles que no están condicionados por la economía o las clases. De esta forma, el posmodernismo renuncia a la idea de verdad. (...) Si aceptamos sus postulados, nos quedamos huérfanos de criterios para analizar el error y el engaño, la injusticia y la dominación, y las ciencias sociales deberían enmudecer.
(...) En la medida, pues, en que dichas concepciones disuelven la totalidad social en el discurso, lo que sucede es que se confunden órdenes de la realidad: hay constitución simbólica, por supuesto, pero ¿por qué deberían excluirse otras prácticas sociales? O, como ha planteado, Larrain a la concepción neutra de Hall, "¿por qué deberíamos limitarnos a investigar lo que produce sentido en una ideología y no buscar también en ella lo que es incorrecto y exponerlo?"
Antonio Ariño, "Ideologías, discursos y creencias" en Sociología de la cultura, Barcelona, Ariel, 1997, pp. 135-139