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A estos hombres de mérito, que unen felizmente a la profundidad del conocimiento el talento de una exposición luminosa (talento de que yo precisamente carezco), abandono la tarea de acabar mi trabajo, que en ese respecto puede todavía dejar aquí o allá algo que desear; pues el peligro, aquí, no es el de ser refutado, sino el de no ser comprendido.

Immanuel Kant (1787), Crítica de la Razón Pura, Buenos Aires, Losada, 1967, p. 146