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Cuando oigo hablar del mal estado de alguien, no me entretengo en él, sino que me exaimino por ver cómo estoy. Cuando le toca, me afecta; su accidente me advierte y me despierta. Todos los días y a toda hora decimos de los demás lo que más propiamente diríamos de nosotros si supiésemos limitar, más que extender, nuestra consideración. Muchos autores perjudican la defensa de su causa corriendo temerariamente al encuentro de los que atacan y lanzando a sus enemigos dardos que les puede ser devueltos con ventaja.

Michel de Montaigne (1595), Ensayos II, Buenos Aires, Orbis, 1984, p. 60