Ben Bella no fue "el demonio" de la precipitada, nerviosa y demagógica declaración del 19 de junio, como Bumedián tampoco fue "el reaccionario" de un artículo de
Unitá. Ambos son víctimas del mismo drama que viven todos los políticos del Tercer Mundo cuando son honestos, honrados y patriotas. Fue el drama de Lumumba y de Nehru, y es el drama de Nyerere y de Sékou Touré. El
quid de este drama consiste en la tremenda
resistencia a la materia con que topa cualquiera de ellos al dar su primer, segundo o tercer paso en la cumbre del poder. Todos ellos quieren hacer algo bueno; empiezan a hacerlo, y al cabo de un mes, de uno, dos o tres años, ven cómo nada les sale bien, cómo todo les escapa de las manos y se encalla en los impacables médanos del desierto. Todo se conjura para obstaculizar el camino trazado: el secular subdesarrollo, el primitivismo de la economía, el analfabetismo, el fanatismo religioso, las rencillas y luchas tribales, la ancestral hambruna, el pasado colonial con su política de aplastar física y psíquicamente a los conquistadores, el chantaje de los imperialistas, la avidez de los corruptos, la desocupación, los balances negativos. Siguiendo semejante camino, el progreso resulta difícil. El político empieza a debatirse en su impotencia ante lo imposible. Busca la salida en la dictadura. La dictadura crea la oposición. La oposición prepara el golpe.
Y el ciclo vuelve a repetirse.
Ryszard Kapuściński (1981), "Argelia se cubre el rostro", en La guerra del fútbol y otros reportajes, Buenos Aires, Anagrama, 2011, pp. 42-43