La velocidad de los cambios en los países del Este ha desacomodado al personal, incluidos en él los protagonistas directos y los testigos lejanos, los tecnócratas y los arúspices, los grandes empresarios y los trabajadores, los intelectuales y los políticos, los rutinarios y los futurólogos. Las derechas no pueden creer en tanta dicha y las izquierdas sienten que el piso se les mueve, con una intensidad de 7,5 en la escala de Richter. La vertiginosa derechización del mundo genera estupor, y el estupor inhibe la equilibrada reflexión. La situación es particularmente confusa porque la necesidad de innovaciones, mudanzas y reajustes, se entrevera con el riesgo de sus consecuencias; la temeridad de Gorbachov, con el oportunismo de Kohl; el encandilamiento de los ex comunistas, con las verdaderas intenciones de Occidente. El diagnóstico, embrollado y prematuro, inunda los gozosos titulares de la prensa internacional: ¡El comunismo ha muerto! ¡El marxismo está enterrado! ¡Fin de las utopías! ¡Fin de las ideologías! Sobre ese improvisado camposanto colocan, eufóricos, la gran pancarta finisecular: ¡El capitalismo ha triunfado! Aleluya. O sea: Socorro.
Porque si el capitalismo (empezando por su máxima expresión: los Estados Unidos), cuando se le oponía un poder verosímil y compensatorio, como el de la URSS, llevó a cabo expoliaciones, invasiones, bloqueos económicos y otros ultrajes, ¿qué no hará cuando, a corto plazo, según todas las proyecciones y profecías, disponga del poder hegemónico en el transformado mundo de fin de siglo?
Mario Benedetti (1990), "La enmienda y el soneto" en Perplejidades de fin de siglo, Buenos Aires, Sudamericana, 2000, p. 49