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El hombre, cuando afirma la incognoscibilidad de Dios, en verdad se disculpa ante su conciencia, que todavía permanece religiosa, por su olvido de Dios, por su estar-abandonado en el mundo; niega él a Dios prácticamente, por sus obras -todo su sentir y todo su pensar inhieren al mundo-, pero no lo hace teóricamente; no ataca él la existencia de Dios, la deja subsistir. Pero tal existencia no lo afecta ni lo incomoda: es una existencia sólo negativa, una existencia sin existencia, una existencia que está en contradicción consigo misma; ella es un ser que, por sus efectos, es indistinguible del no-ser. La negación de todo predicado positivo determinado de la esencia divina es lisa y llanamente la negación de la religión, que sin embargo conserva una apariencia de religión en cuanto aquella no es reconocida como tal negación; es, lisa y llanamente, un ateísmo sutil, solapado.

Ludwig Feuerbach, La religión como autoalienación del hombre, en La esencia del cristianismo, Berlín, 1841.