Me da igual la profesión o empleo del sujeto, siempre existirán categorías de personas: unos, los que sobreviven; otros, los que viven del esfuerzo de los demás; otros, los que se esfuerzan, y finalmente, aquellos que simplemente son espectadores. Con ser malos los que se aprovechan de los demás, estos últimos (los espectadores) son perversos porque para ellos todo acontece como en una película; pagan su entrada y ello les da derecho a un sitio preferente para disfrutar de la escenificación, y criticarla. Cuando termina el espectáculo marchan a su casa y continúan viviendo en el magma amorfo de la prosperidad diseñada por hábiles manos y profundos ojos que todo lo "ven", que todo lo "saben" y que todo lo controlan, pero carentes de valores básicos, y dominados por la indiferencia; incluso administran la verdad y la falsedad según convenga ante la vista, ciencia y paciencia del ciudadano que consiente culpablemente en la situación.
Y seguimos viviendo como asistentes al teatro diario de nuestra existencia, atribulados con el devenir trepidante de los acontecimientos, y pasando los días apoyándonos en la mera epidermis de nuestra sociedad, dando vueltas y vueltas a impulsos de una o mil "manos directoras", como bolas de billar sin poder salir de los límites marcados por las cuatro bandas de la mesa. Frente a esta inercia, la única alternativa es mantener viva la convicción en los valores éticos y humanísticos que han contribuido durante siglos a construir la idea de una humanidad renovada, libre y democrática como elementos básicos de la seguridad humana.
Baltasar Garzón, "Tiempo de canallas" en El País, 28-02-2004