# 63

Me gustaba Le Carré cuando armaba aquellas conspiraciones imposibles de Smiley contra Karla, brittons versus commies, espías versus espías que se entendían y engañaban y entendían otra vez porque todos eran, antes que nada, espías: los intérpretes de aquellos tiempos donde todo debía ser conspiración -y donde había, por lo tanto, un saber secreto que valía cualquier pena. Ahora ya no hay conspiración; ahora, tratan de decirnos, hay nada más violencia, porque la conspiración requiere un obejtivo, la idea de una construcción, y esta violencia, quieren decirnos, no la tiene: es pura.
Hay algo puro, tratan de decirnos.
Es curioso cómo se ha desarrollado la idea contemporánea: esa violencia -la violencia del terror, el terror de la violencia- no tiene fin. Digo: no tiene meta. Se habla de sus medios, pero se discute tan poco para qué lo hacen, qué tipo de sociedad armarían si derrotaran al demonio impío, qué proyectan. Una violencia sin fin ni fin, nos dicen -y pretenden que en general "la violencia" es así, pura maldad en acto, un medio sin un fin o un fin en sí mismo. Y nos resulta más cómodo creerles.

Martín Caparrós, Una luna, Barcelona, Anagrama, 2009, pp. 10-11