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La distribución más sana de los bienes me parece, en general, la hecha de acuerdo con las leyes del país, que suelen haberlo pensado mejor que nosotros. Más vale que ellas fallen en su decisión que nosotros, temerariamente, en la nuestra. Nuestros bienes, en rigor, no son nuestros del todo, ya que un prescripción civil, y a nosotros ajena, obliga a que vayan a parar a ciertos sucesores. Y si bien tenemos alguna libertad más allá de eso, creo que hace falta una causa muy grande y aparente para que quitemos a uno lo que su suerte le ha hecho adquirir y a lo que tenía derecho según la justicia común. Es abusar contra razón de esa libertad al servirnos de nuestras frívolas fantasías privadas.

Michel de Montaigne (1595), Ensayos II, Buenos Aires, Orbis, 1984, p. 62