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En el siglo XIX todo existía para ser contado en un libro, mientras hoy crece la impresión de que sólo existe lo que se exhibe en una pantalla. En este nuevo contexto, aquellos "quince minutos de fama" previstos por Andy Warhol como un derecho de cualquier mortal en la era mediática expresan una intuición visionaria pero todavía atada a otro paradigma: aquel ambiente dominado por la televisión y los demás medios de comunicación bajo el esquema broadcasting. [Hoy], las redes informáticas y los medios interactivos estarían cumpliendo esa promesa que no la televisión pudieron satisfacer: Broadcast yourself! Habrá que admitir, sin embargo, que el resultado de semejante conquista puede ser descorazonador: (...) buena parte de lo que se hace, se dice y se muestra en estos escenarios de la confesión virtual no tiene ningún valor. Es digital trash, un gran género sin pretensiones... pequeños espectáculos descartables, algún entretenimiento ingenioso sin mayores ambiciones, o bien celebraciones de la estupidez más vulgar. (...) Así, acompañando los desplazamientos de los ejes alrededor de los cuales se construían las subjetividades modernas, la multiplicación de los nuevos emisores posibilitada por los nuevos medios electrónicos permite que cualquiera sea visto, leído y oído por millones de personajes. La paradoja es que esa multitud quizá no tenga nada que decir. Se expande, así, esta multiplicación de voces que no dicen nada –al menos, "nada" en el sentido moderno del término– aunque no cesen de vociferar. Todo ocurre como si aquellos grandes relatos que estallaron en las últimas décadas hubiesen dejado un enorme vacío al despedazarse.

Paula Sibilia, La intimidad como espectáculo, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2008, p. 306-310