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[El] obstáculo mayor al capitalismo es el capitalismo mismo, es decir, el capitalismo desencadena una dinámica que en algún momento ya no puede contener. Lejos de ser anticuada, esta última afirmación parece ganar cada vez más actualidad, con los callejones sin salida de la globalización de hoy, cuando la naturaleza inherentemente antagónica del capitalismo desmiente su triunfo mundial. Sin embargo, el problema es: ¿es posible imaginar un comunismo (u otra forma de sociedad post-capitalista) en tanto formación que potencie la dinámica desterritorializante del capitalismo, liberandolo de sus constreñimientos inherentes? (...) Lo que Marx pasó por alto es que, para ponerlo en los términos usuales de Derrida, este obstáculo/antagonismo inherente, como "condición de imposibilidad" del despliegue pleno de fuerzas productivas, es simultáneamente su "condición de posibilidad": si abolimos el obstáculo, la contradicción inherente de productividad, no obtenemos la impulsión plenamente liberada de productividad, finalmente liberada de su impedimento, sino que perdemos esta productividad que parecía ser simultáneamente generada e inhibida precisamente por el capitalismo (...)
En contraste con la constante auto-propulsión revolucionaria del alto estalinismo, con su movilización productiva total, el "estancado" Socialismo Real tardío se legitima a sí mismo (entre líneas, al menos) como una sociedad en la cual se puede vivir apaciblemente, evitando la tensión competitiva capitalista. (...) De manera que el estancado Socialismo Real tardío en cierto modo ya era un "socialismo con cara humana": abandonando silenciosamente las grandes tareas históricas, proporcionó la seguridad de una vida cotidiana que transcurría en un benévolo aburrimiento. (...) Por supuesto, este giro inesperado nos dice algo sobre la deficiencia del propio proyecto marxista original: éste apunta hacia la limitación de su objetivo de liberación de la movilización productiva.
La película de Wim Wenders Buena Vista Social Club (1999), este redescubrimiento y celebración de la música cubana pre-revolucionaria, de la tradición borrada durante largos años por la imagen fascinante de la Revolución, fue no obstante percibida como un gesto de apertura hacia la Cuba -"castrista"- hoy. ¿No sería mucho más lógico ver en esta película el gesto nostálgico-reaccionario por excelencia, el de descubrir y resucitar los rastros del pasado pre-revolucionario por largo tiempo olvidados (los músicos en sus setenta u ochenta años de edad, las viejas calles ruinosas de La Habana, como si el tiempo se hubiera detenido por décadas)? Sin embargo, es precisamente en este nivel que puede localizarse el logro paradójico de la película: toma la nostalgia misma por el pasado musical del club nocturno pre-revolucionario, como parte del presente post-revolucionario cubano (como es claro ya en la primer escena de la película, en la que un viejo músico habla acerca de antiguas fotografías de Fidel y el Che). Esto es lo que hizo de esta película "apolítica" una intervención política ejemplar: por vía de mostrar como el pasado musical, "pre-revolucionario" estaba incorporado en la Cuba post-revolucionaria, socava la percepción usual de la realidad cubana. El precio a pagar, por supuesto, es que la imagen de Cuba que obtenemos es la de un país donde el tiempo está detenido: nada pasada, ninguna actividad industriosa, solo hay automóviles viejos, vías de ferrocarril vacías, gente dando vueltas -y, de vez en cuando, cantan y tocan música. La Cuba de Wenders es así la versión latinoamericana de la imagen nostálgica de Europa Oriental: un espacio fuera de la historia, fuera de la dinámica de la segunda modernización actual. La paradoja (y, quizás, el mensaje último de la película) es que en ello reside la función principal de la Revolución: no acelerar ningún desarrollo social, sino, al contrario, esculpir una forma de espacio donde el tiempo está detenido.

Slavok Zizek (2003), A propósito de Lenin, Buenos Aires, Atuel, 2004, pp. 104-106