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La televisión se desarrolló desde vísperas de la Segunda Guerra Mundial en una sociedad capitalista, la de Estados Unidos de América, en forma de actividad privada y comercial financiada por la publicidad, y como intersección o superación audiovisual del negocio cinematográfico y del negocio radiofónico, dos negocios ya consolidados en el país, basados ampliamente y por razones de lucro en el entretenimiento y en la diversión más que en la voluntad pedagógica, cultural o de utilidad pública. La financiación de las emisiones por las agencias de publicidad, que aspiran a obtener muy amplias audiencias para sus mensajes, condujo inevitablemente a un modelo basado en el triunfo del sensacionalismo espectacular, en el escapismo euforizante y en la ley del mínimo esfuerzo intelectual. Para atemperar tan extremado comercialismo, en 1961 la Federal Communications Comission, en el marco del reformismo kennedyano, tuvo que imponer a las emisoras la transmisión de unos tiempos mínimos dedicados a noticias y asuntos de interés público.

Román Gubern (1987), La mirada opulenta. Exploración de la iconosfera contemporánea, Gustavo Gili, Barcelona, 1992, p. 354