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Cuando el FMI resuelve ayudar a un país, envía una "misión" de economistas. Esos economistas con frecuencia carecen de un conocimiento amplio del país; muy seguramente conocen mejor sus hoteles de cinco estrellas que los pueblos que salpican sus zonas rurales. Trabajan mucho, inclinados sobre sus cifras hasta altas horas de la noche, pero su tarea es imposible. En el lapso de pocos días, o al máximo de semanas, tiene que elaborar un programa coherente que sea sensible a las necesidades del país. (...) Los modelos matemáticos que el FMI utiliza con frecuencia tienen fallas o son obsoletos. Los críticos acusan a la institución de que su enfoque económico es el de un cortador de galletitas, y tienen razón. Se sabe de "misiones" que redactaron esbozos de informe final antes de visitar la nación. Me contaron un desdichado incidente en el que los miembros del equipo copiaron grandes secciones del texto del informe sobre un país y las trasladaron a cual otro. Y les habría salido bien si no hubiese sido porque la función de "buscar y reemplazar" del procesador no funcionaba bien y en varios lugares dejó el nombre del país original.

Joseph Stiglitz (2000), "Lo que aprendí de las crisis económicas mundiales", en Mundo global, ¿guerra global?, Buenos Aires, Continente, 2002, p. 54