Cuando los individuos usan el dinero, saben muy bien que no tiene nada de mágico (...) Así pues, en el nivel cotidiano, el individuo sabe muy bien que hay relaciones entre la gente tras las relaciones entre las cosas. El problema es que en su propia actividad social, en lo que
hacen, estas personas
actúan como si el dinero, en su realidad material, fuera la encarnación inmediata de la riqueza en tanto tal. Son fetichistas en la práctica, no en teoría. Lo que "no saben", lo que no reconocen falsamente, es el hecho de que en su realidad social, en su actividad social –en el acto de intercambio de mercancías– están orientados por una ilusión fetichista (...). Lo que ellos dejan de lado (...) no es la realidad, sino la ilusión que estructura la realidad, su actividad social real. Saben muy bien cómo son en realidad las cosas, pero aún así, hacen como si no lo supieran. (...) Esta ilusión inconsciente que se pasa por alto es lo que se podría denominar la
fantasía ideológica.
El nivel fundamental de la ideología (...) no es el de una ilusión que enmascare el estado real de las cosas, sino el de una fantasía (inconsciente) que estructura nuestra propia realidad social. (...) La distancia cínica es sólo un camino –uno de muchos- para cegarnos al poder estructurante de la fantasía ideológica: aun cuando no tomemos las cosas en serio, aún cuando mantengamos una distancia irónica, aún así lo hacemos (...) Por ejemplo, ellos saben que su idea de Libertad encubre una forma particular de explotación, pero aún así, continúan en pos de esta idea de Libertad.
Slavoj Zizek (1989), "Cómo inventó Marx el síntoma" en El sublime objeto de la ideología, México, Siglo XXI, 1992, pp. 59-61